sábado, 18 de febrero de 2017

EL VERANO.



  

Una mujer pasea desnuda por la playa
solitaria. Amanece.

Su cabello rojizo, al grana de la aurora
dora y despierta al paso oleajes dormidos.

Desde la residencia, en alto mechinal,
el anciano acogido la acerca y la vigila
con los viejos gemelos de teatro y de nácar
—tal vez vieron la Xirgu—
y algo que ya no siente, le engaña
en el recuerdo.

El nuevo día vibra como un violín de luz
en el pulso de arritmia.

Hasta para el que mira, encerrado en sus años,
el verano será el tiempo de la dicha.

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