sábado, 12 de noviembre de 2016

NO EL OTOÑO.




 

Otoño fiel: ¡oh madurez! Cansancio.
El fruto cae pesado, vuelve blando a la tierra,
se consume en aroma que flota denso y bajo
con un sopor caliente que inunda de inconsciencia.

El hombre está en la sombra, tendido, fatigado,
y dulce es el hastío, casi dulce la muerte,
demasiado dulce la música que le hunde
en un lento naufragio de pálidas caricias.

El hombre diminuto padece mil ternuras,
juzga cruel la terrible victoria de la vida,
se espanta ante ese gozo de la tierra exaltada
que sueña delirante sus nubes y sus monstruos.

¡Oh fuerzas heroicas! ¡Viento oscuro! ¡Entusiasmo!
¡Oh mar que se ilumina de venganza!
¡Oh jóvenes, oh rápidas,
devastadoras y alegres lluvias claras de marzo!

A vosotras os llamo, y mi sangre se enciende.
con dolor poderoso quisiera reteneros.
A ti: ¡oh mar, oh vida, oh joven
cuerpo tan fuerte como la inocencia!

Pero el hombre es pequeño. Y tierno. Y resignado.
Llamamos madurez a un cansancio de otoño.
Insistente me hunde hacia dentro una muerte
que pesa justamente lo mismo que mi cuerpo.

El hombre cae sin fuerzas. Las ráfagas se alejan.
Sopores vegetales sofocan su arrebato.
Pesada y ciega sueña la carne mientras leves,
músicas sin alma pueblan su vacío.

¡ Oh demasiado dulce !, tú invitas a la muerte,
pero algo palpita con ansia todavía.
La brisa dilata mi respirar pequeño,
lo exalta hacia una vida transparente y lejana.

Ligero ardor del aire, tú elevas de mi sangre
un dios ágil, desnudo, más joven que yo mismo.
No quiero, no, reposo. Luchar, vivir me basta,
contigo, dios alegre de la muerte valiente.

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