viernes, 11 de marzo de 2016

LA ISLA DE ALICE. Daniel Sánchez Arévalo.


Los libros son casas. Llegan a tu vida, permaneces en mayor o menor medida en ellos y los abandonas. Hay algunos que te hacen sentir realmente como estar ‘en casa’. Los necesitas cuando vuelves de trabajar, te quedas dormido con ellos en la cara, son tu refugio para cuando todo lo demás te apetece menos. Por suerte, me he encontrado muchos libros que me han hecho pensar así, en cambio con el último “La isla de Alice” escrito por Daniel Sánchez Arévalo no he disfrutado de esa compenetración.


Sinopsis: «Considero que esta novela es la mejor de mis películas, porque la vas a rodar tú a través de su lectura.» Daniel Sánchez Arévalo Cuando Chris muere en un accidente de coche sospechosamente lejos de donde debía estar, la vida de su mujer, Alice, con una niña de seis años y otra en camino, se desmorona. Incapaz de asumir la pérdida y con el temor de que tal vez su relación perfecta haya sido una mentira, se obsesiona con descubrir de dónde venía Chris y qué secreto escondía. Reconstruye el último viaje de su marido con la ayuda de las cámaras de seguridad de los establecimientos por donde este había pasado, hasta llegar al epicentro del misterio: Robin Island, en Cape Cod, Massachusetts, una pequeña y, solo en apariencia, apacible isla que modificará profundamente a Alice mientras busca respuesta a la pregunta: ¿Qué hacía Chris en la isla?





Resulta difícil acercarse a la novela que nos ocupa tras el ruido mediático que ha acompañado a su lanzamiento. Más Allá, de las razones que pueden haber llevado a quienes aconsejaron que el autor se convirtiera en el finalista 64º Planeta, no promovería el mismo interés, por su lectura, sin la existencia del galardón que lo envuelve.

La novela posee densidad pero al mismo tiempo ligereza en la que el relato principal y las subtramas construyen una potente ficción y un dominio de la narración con una apuesta arriesgada. El material narrativo y la estructura de la historia, tanto espacial como temporal, es impecable. En cuanto a la idea, me pareció interesante, la historia intriga y promete aunque sólo durante las cien primeras y las cincuenta últimas páginas del libro. Un universo narrativo de primera categoría que apunta maneras de convertir el libro en un argumento brillante con una capacidad de atraer emocionalmente al lector.
Sin embargo, a medida que vas leyendo decepciona las esperanzas de un lector, que en un principio, el planteamiento le pareció interesante no obstante el desarrollo le resulta irreal. En cuanto a ese compendio de despliegue detectivesco, como método de investigación casera, para descubrir el secreto de su marido comienza extenderse, como una historia rocambolesca, en torno a la vigilancia de los habitantes de la isla desvaría hacia límites insospechados.

Un nudo desquiciante donde el autor quiere engarzarlo todo con argumentos a base de repeticiones y líneas argumentales que nunca terminan de desarrollar alargando las interminables páginas centrales de la novela. Donde resulta que, cada sospechoso es una escusa para perder el tiempo en la construcción del personaje y emborronar la historia.
Hay desmesura en los detalles que sólo cumplen la función de crear verosimilitud y tedio en el tras fondo de la trama.
El autor se ha olvidado de quitar los andamios una vez construido el edificio y esto afecta a lo que hubiera sido los puntos fuertes de esta extensa novela.

Como ocurre en tantas otras novelas odiseicas, algo ocurre con “La isla de Alice” que no permite formar parte de su mundo enteramente; puede que sean los personajes, la historia, la imaginación mía o simplemente el estilo a modo de guión de película.  Como ha dicho Sánchez Arévalo, esta es su mejor película, obviando que un guión más esquemático –de 200 o 300 páginas- también funcionaría mejor como novela.
De antemano les prevengo unas horas mejor aprovechadas que el entretenimiento de una novela a la que le sobran muchísimas páginas llenas de divagaciones que no van a ninguna parte. Y donde el autor ha conseguido poner a prueba mi paciencia como lector, cuyo resultado no puede ser otra cosa que una difícil digestión.

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